Tocan en su zona, aunque no en su casa, los chiquillos de Bordemar que por estos lares suena en dos casetes del sello Alerce.
Orquesta de cámara es una buena definición para el grupo, pero no para su estilo, ya que no tocan a los compositores que escribían para las cortes de los empolvados Luises. Ellos usan elementos de todos los lados, incluyendo el clásico y le dan un aire folklórico chilote, que es de donde son de verdad.
La mezcla esta lejos de ser un hibrido: por el contrario, es una suerte de música que refresca por lo nueva; calma por lo suave; contagia por la rítmica y alegra por el talento que se escucha respirar a cada nota.
Cinco músicos, dirigidos por Jaime Barría, integran esta banda creada en 1983 con el serio propósito de rescatar la rica música de la isla grande, pero dándole un sello especial, gracias al uso de las formas propias del jazz y de la música clásica. De ahí para adelante, tienen un curriculum espectacular donde se dan la mano los premios internacionales, las grabaciones (van más allá de los dos casetes de Alerce) y los recitales.
Soledad Guarda en violoncelo y canto; Eugenia Olavarría, en violín; Catherinne Hall, en flauta traversa; Fernando Alvarez en guitarra; y el propio Barría en composición, piano y arreglos, son el quinteto no de la muerte, sino de la vida, porque se han jugado por esta experiencia que-y aunque parezca frase barata de locutor de cuarta, es cierto- es una de las más notables en el medio nacional de la música, tan poco variado y con gusto tan a poco.
Bordemar da la cara por los que se arriesgan, por los que se juegan por un proyecto y les resulta porque en ello se les va la vida.
Diario La Nación, Santiago, 5 de febrero de 1994.