Música chilota con reminiscencias de Coloane y del espacio comprendido entre la alta y la baja marea.
Recuerdo a los viejos maestros que nos enseñaron a querer las tierras del sur, Chiloé, la Patagonia. Rubén Azócar, el Chico, rostro cortado a hachazos, mirada severa, escondiendo detrás de su aire recio una mirada de ternura para todo lo humano. Y don Pancho Coloane, gigante enamorado de ventisqueros y tormentas, nos comunicaba el sabor de la aventura del lobero, los cazadores de ballenas, la epopeya del chilote navegando en frágiles embarcaciones. Sus clases, o sus libros, nos acercaron a Chiloé. Los nombres de Dalcahue, Chonchi, Quemchi, se mezclaron con extrañas figuras mitológicas, con la pincoya, el camahueto, el imbunche, la brujería y sus aquelarres cuando el Caleuche cruza silencioso los canales del sueño.
Otro Chiloé
La música de la Banda Bordemar nos trae esta presencia chilota. El bordemar es el espacio comprendido entre la alta y la baja marea. Allí se ha desarrollado la cultura chilota. Allí, sus embarcaciones, sus iglesias de alerce, sus palafitos, su lucha por subsistir, cultura de tierra y mar. Costumbres huilliches, creencias mágicas, fundidas con la religiosidad del español que se asienta en la isla, y allí se queda, último vestigio de la resistencia española, guardando entre novenas y rosarios la historia de un mundo encerrado por el mar. Por allí anda el Patricio Manns, hijo, trabajando con pescadores y artesanos por el desarrollo de Chiloé; por ahí Nelly Alarcon con sus tejidos; por ahí la poesía del taller Aumén; la arquitectura del taller Puerta Azul, las experiencias de la radio Estrella del Mar, los grupos de teatro de Mauricio de la Parra. De todo eso habla la música de la Banda Bordemar, que nada tiene de marcial, pero sí mucho de ensueño, de navegaciones, de leyendas, expresadas en cuerdas y vientos bajo la dirección de Jaime Barría. Evocando las bandas que se formaban en cada pueblo, en otros lejanos tiempos, esta Banda Bordemar nos enseña un nuevo modo de comprender a Chiloé.
Diario Fortín Mapocho, Septiembre de 1987, Santiago de Chile.