Arthur Rimbaud al intentar precisar su “Hay que ser absolutamente moderno” se justificó diciendo que “hay que volver a hacer rimar la palabra con la acción”, y así hacemos el listado de las vanguardias que desde entonces se sucedieron en lo que se ha dado en llamar el “arte moderno” casi sin excepciones el centro de gravedad de esas propuestas estuvo marcado al menos por una intención en tal sentido. La escritura automática, propiciada por los surrealistas, la improvisación libre a partir de ciertos standars musicales alentada por el jazz y más tarde por la música aleatoria parecieran acatar de algún modo ese imperativo modernista.
En el ámbito local ha ocurrido algo similar con la palabra: bordemar. Nacida en el contexto de los estudios arquitectónicos, históricos, sociológicos y estéticos que en Chiloé hace ya más de diez años inauguraron los proyectos del “Taller Puerta Azul” la palabra bordemar se hizo necesaria cuando fue preciso nombrar al espacio físico donde se desarrolla lo más distintivo de la vida chilota, una franja costera que a causa de la gran diferencia de mareas en Chiloé es escenario de una serie de faenas ancestrales, como “la marisca”, y donde se instalaron los galpones y viviendas que hicieron posible la doble condición de pescadores y campesinos de los chilotes, expresados en los ya mitológicos “palafitos”.
La ruta 5 cruzó el Canal de Chacao y trazó una linea casi recta desde Ancud a Quellón ignorando así que el 95% de la vida en la Isla Grande se desplegaba en la costa oriental, que quedó al margen de este proyecto que buscaba fundamentalmente unir a Chile con la zona de Magallanes, desviando en consecuencia este destino marítimo y agrícola que durante siglos había caracterizado a la vida de los chilotes.
De modo que cuando el grupo de profesionales, principalmente foráneos, que fundó el taller “Puerta Azul” constató cómo un avance evidente como la Ruta 5 se hacia a expensas de la tradición cultural del lugar, escrimio la palabra “Bordemar” como un modo de torcer el destino señalado por la modernidad de la carretera. Podría sintetizarse el origen entonces de la palabra “Bordemar” como la voluntad de corrección de un proyecto que busca hacer coincidir-al decir de Edward Rojas- la “trama moderna” con la “trama arcaica”.
A más de diez años de la invención de la palabra “bordemar” podemos decir que su irradiación ha sido fértil. Hace algunas semanas asistí a un Seminario de Arquitectura Regional y constaté que hoy los arquitectos de la zona han incorporado esta palabra sin complejos a su vocabulario habitual. Podemos concluir optimistamente que se ha dado cumplimiento al dictado inaugural de la modernidad que con Rimboaud exigía hacer rimar la palabra con la acción.
Pero no sólo en seminarios se habla hoy del Bordemar. En Puerto Montt una casa de discos han resulto llamarse así y lo más importante, una banda de músicos-recogiendo las tradiciones musicales y religiosas de Chiloé- decidió “autodenominarse” del mismo modo: La Banda Bordemar.
La banda Bordemar a estas alturas es un proyecto cultural que, si bien se expresa en la música, por los mecanismos de rescate y reinterpretación de los patrones tradicionales, se inscribe coherentemente dentro de las preocupaciones que hemos venido descubriendo en cuanto al salvataje de identidades locales como un modo de cuidar nuestro patrimonio cultural.
El desafío que se ha planteado la Banda Bordemar no es pequeño, las concepciones folklóricas triunfantes hoy caminan en dirección opuesta al rescate patrimonial y se emparientan más con el maquillaje, el camuflaje y la cosmética. Sin embargo a tres años de la aparición del primer casete de la Banda Bordemar: Colores de Chiloé, constatamos que ya es un clásico en su genero y quien quiera tener una panorámica de las tradiciones musicales del archipiélago pasara obligadamente por la audición de esta música, que está muy lejos de los gorros de lana y los calcetines chilotes. Para encontrar los origenes de las Bandas hay que ir a Chiloé en invierno. En Verano lo que se muestra al turista está más ligado al show y al espectáculo. Las bandas chilotas son parte de las procesiones religiosas que se hacen para San Juan, para el Domingo de Ramos. Allí resuenan estas bandas que entremezclan sin complejos los sones más variados; el acordeón el bombo; los violines; alguna vieja corneta, y los más ingeniosos instrumentos de percusión desfilan por las callejuelas de madera de las más apartados pueblos de Chiloé. Ese es el escenario natural a que remite la Banda Bordemar.
Se trata de una música “quitadita de bulla”. No hay en ella aspavientos autocompacientes ni coreografías espectaculares, lo que tampoco significa que estemos frente a un proyecto signado por la ingenuidad: el director, pianista arreglador y compositor de muchos de los temas originales de la Banda, Jaime Barría es un músico de formación académica, pero con un privilegiada sensibilidad hacia esa modestia que es tan propia de las cosas cuando están bien calibradas. Ortega y Gasset en alguna parte decía que había que inventar el verbo “apaisajar” pues hay cosas que están “apaisajadas” y otras que no. La música de la Banda Bordemar esta “apaisajada”, forma parte indiscutible del paisaje y los colores de Chiloé. De ese modo es posible hacer rimar la palabra con la acción y pensando en esas ancestrales bandas que desfilan seguidas por la alegría de los niños y los perros, ser “absolutamente modernos”.
Diario Austral, Domingo 2 de diciembre de 1990, Puerto Montt.